Liderar no se trata de exigir más, sino de crear condiciones donde más sea posible.

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Hay una idea que se repite en muchas organizaciones: para rendir más, hay que presionar más.
Más velocidad, más objetivos, más exigencia.
Pero cualquiera que haya vivido un lunes de sobrecarga sabe que esa ecuación no siempre funciona.

La neurociencia lo demostró hace más de un siglo, cuando los psicólogos Robert Yerkes y John Dodson descubrieron algo simple y profundo:

El rendimiento mejora con la activación, pero solo hasta cierto punto.
A partir de ahí, la presión empieza a jugar en contra.

Este principio, conocido como la Ley de Yerkes-Dodson, dibuja una curva con forma de U invertida:

  • Cuando la estimulación es baja, nos aburrimos; cuando es demasiado alta, nos saturamos.

  • El punto óptimo está justo en medio, donde el cerebro tiene energía y enfoque, pero sin desbordarse.

El mito del alto rendimiento

Durante años se ha romantizado el estrés como sinónimo de compromiso.
Sin embargo, los datos y la biología dicen otra cosa: un cerebro en constante alerta no innova, no aprende, no colabora.
Solo intenta sobrevivir.

Por eso muchas culturas corporativas que presumen de “alto rendimiento”
terminan agotando justo aquello que las hace valiosas: la creatividad, la empatía y la motivación intrínseca.

No se trata de eliminar la presión, sino de saber regularla.
Un buen liderazgo no busca equipos hiperactivados, sino equipos regulados:
personas capaces de moverse entre la calma y la energía según lo que el contexto demande.

Lo que la ciencia le enseña al liderazgo

  1. El estrés no siempre es el enemigo.
    Una dosis moderada de activación puede enfocar, motivar, dar dirección.
    La diferencia entre reto y amenaza está en cómo interpretamos la situación.
    El líder tiene un papel clave: convertir la presión en propósito.

  2. La sobrecarga se nota antes de que se mida.
    Silencio en las reuniones, falta de curiosidad, errores evitables…
    Son señales de que la curva se ha desplomado y el cerebro está saturado.
    En ese punto, insistir en “dar más” solo empeora el rendimiento.

  3. El entorno es el termostato.
    No se trata de motivar con discursos, sino de diseñar contextos sostenibles:
    ritmos realistas, espacios para pensar, autonomía para decidir.
    Esos pequeños ajustes mantienen al equipo dentro del rango óptimo de activación.

  4. El ejemplo también regula.
    Si los líderes viven al borde del agotamiento, el equipo lo replica.
    Cuidar la energía propia es una forma silenciosa —pero poderosa— de liderazgo.

Liderar desde el equilibrio

La Ley de Yerkes-Dodson no nos invita a bajar el ritmo, sino a encontrar el punto exacto donde la exigencia se convierte en disfrute.
Ese lugar donde el trabajo fluye, la mente está concentrada y el cuerpo no está en modo supervivencia.

Ahí es donde ocurre la magia: la innovación, el compromiso, el bienestar.
Y ese equilibrio no aparece por casualidad.
Se diseña.

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